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Determinación personal vs. situacional: Triada de la personalidad

| 27/12/08
Parte IV del artículo: "Personalidad, temperamento y sociedad"
Roberto Oscar Sanchez.
Lic. en Psicología, Especialista en Docencia Universitaria Psicoterapeuta Centro de Asistencia Psicológica Mar del Plata, Profesor Seminario de Orientación Trastornos de la Personalidad, Universidad Nacional de Mar del Plata Profesor Teorías de la Personalidad, Universidad Atlántida Argentina Miembro del Grupo de Investigación en Psicología Cognitiva y Educacional, UNMdP
En “Violencia, personalidad y sociedad”. G. González Ramella (comp.), Editorial Akadia, Buenos Aires, pág. 233-260, 2007.

3. Discusión.
Decíamos al comienzo que de acuerdo con la mirada que tuviéramos sobre la personalidad así sería como veríamos su contribución al fenómeno de la agresión y la violencia. Posteriormente revisamos dos amplios modelos para entender a la personalidad, adentrándonos apenas en sus características más esenciales. Perviven en dichos modelos los resabios de una vieja disputa de la psicología, disputa que se conoció, allá por fines de los 60 como el “debate persona-situación” que básicamente enfrentaba una concepción de la personalidad centrada en los rasgos (la persona) con otra centrada en aspectos más ambientales (la situación), parcialmente zanjado por el interaccionismo, según el cual la conducta de una persona resulta de la interacción recíproca entre los atributos personales y las características de la situación.

Recientemente, Funder (2006) ha retomado el tema de la dicotomía entre la determinación personal y situacional del comportamiento postulando una “tríada de la personalidad”: personas, situaciones y comportamientos donde, como hemos sostenido aquí, cada elemento se entiende y puede predecirse en término de los otros dos. Según el autor la tríada está en la base no sólo del debate sino de toda la psicología de la personalidad. Es la particular relación de interdependencia entre las tres variables la que puede explicar las peculiaridades de la personalidad. El debate siempre se asentó sobre bases falsas por lo que cuesta entender porque persiste. Pero estos análisis, aunque útiles, pueden ser potencialmente engañosos si nos llevan a olvidarnos de la dependencia mutua de estas variables. Como sostiene el autor, una situación sin personas no tiene ningún significado psicológico. Cada comportamiento tiene que ser hecho por alguien, en alguna parte. Una persona no puede existir fuera de una situación, y una persona que ha dejado de tener comportamientos está muerta.

Al estudiar un fenómeno interpersonal, voluntaria o involuntariamente, adoptamos una de las dos visiones que hemos repasado sobre la personalidad. Cuando pensamos en la violencia, ¿pensamos a la persona como acorralada entre los determinantes biológicos por un lado y las condiciones no menos determinantes del ambiente por otro? ¿De una persona violenta sólo podemos decir que tiene alta extroversión y neuroticismo, y baja amabilidad y responsabilidad (desde el modelo de los “cinco grandes”) o altos niveles de extroversión, oposicionismo, impulsividad y de desregulación emocional (según el modelo en el que está trabajando la APA)? Esto es, ¿consideramos al temperamento como único determinante de su conducta?
Cabe señalar además que considerar que la personalidad depende en parte del ambiente no necesariamente conlleva la aceptación de las hipótesis cognitivo sociales. Si se piensa a un ser humano como respondiente, reactivamente, del ambiente estamos más bien frente a un resurgimiento del perimido conductismo que frente a una concepción cognitiva. El sociocognitivismo conlleva además la concepción de un ser humano activo frente al ambiente, tal como hemos comprobado hasta aquí. La conducta no surge de la mera interacción de variables personales y ambientales, se trata más bien de un interaccionismo recíproco donde las tres variables determinan y son determinadas. Así, puede coincidirse con Funder (2006) cuando sostiene que puede ser útil pensar en comportamientos tales como la agresión en términos de ciertas combinaciones de persona y situación bajo las cuales es muy probable la expresión de la agresión. Al mismo tiempo, tal análisis puede iluminar las dinámicas psicológicas que son la base de tales comportamientos.

La psicología cognitiva, en su actual versión socioconstructivista, nos posiciona de manera distinta al momento de entender fenómenos como el de violencia. La importancia de los modelos y de cómo la propia sociedad refuerza ciertos comportamientos permite un acercamiento más basado en lo social al fenómeno estudiado. Así, la violencia resulta una manera de ser que se aprendió para estar en este mundo por lo que resulta pasible de ser des-aprendida para aprender otro tipo de comportamiento más prosocial.

Si consideramos que lo más determinante al momento de pensar la personalidad es lo biológico, y que el ambiente solo puede modularlo, sin crear verdaderas estructuras de personalidad, la solución también pasará por lo biológico. En otras palabras, si mis rasgos, si mi temperamento me llevan a ser violento son esos rasgos, ese temperamento, lo que debo aplacar para tener un comportamiento más prosocial. Pero como sostiene Bandura (1999):
El valor de una teoría psicológica se juzga no sólo por su poder explicativo y predictivo sino también por su poder operativo para guiar el cambio en el funcionamiento humano. Una taxonomía descriptiva de comportamientos agregados no ofrece ninguna guía respecto a cómo efectuar el cambio personal o social. La teoría cognitiva social proporciona un gran cuerpo de conocimientos específicos para desarrollar las estructuras cognitivas y promover los procesos de los sistemas que gobiernan la adaptación y el cambio humano… la teoría proporciona pautas explícitas acerca de cómo estructurar las condiciones que fomentan el cambio personal y social. Como sostiene Bandura, los seres humanos tienen una capacidad sin par de hacer muchas cosas.

Las cualidades que cultivan y los trayectos de vida a los que llegan a estar abiertos son determinados en parte por la naturaleza de los sistemas sociales a los cuales confían su desarrollo. Las sociedades que permiten explorar capacidades, que inculcan un sentido robusto de eficacia, que crean estructuras de oportunidades, que proporcionan recursos de ayuda, y que no prohíben el aumento de la autodirectividad, hacen más posibles las ocasiones en que la gente realizará lo que desea hacer. Inversamente, aquellas sociedades menos estables, que ofrecen menos oportunidades y proporcionan menos recursos estarán preparando el campo para una mayor prevalencia de rasgos disfuncionales y de trastornos de personalidad. Y quizá aquí encontremos un punto de articulación entre las dos visiones de la personalidad que venimos revisando.

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