Psicología y psicoterapias cognitivas. Psicología positiva. Autoayuda. Investigaciones. Opinión. Neurociencias.

El papel de las creencias

| 11/12/07
A muchas de nuestras creencias las reconocemos sin dificultad. Son las que están vinculadas con nuestros ideales, con nuestras prácticas políticas o religiosas. Son también muchas de las que ordenan nuestras relaciones afectivas o nuestra sexualidad. Creemos que la bondad tendrá su premio, creemos en el valor de la felicidad o en el respeto a nuestro padres. Proclamamos esos valores e intentamos transmitirlos. Operan en nosotros de manera permanente y dirigen todos los niveles de nuestro comportamiento, incluyendo los más superficiales. Están pegadas a nuestra conducta como la piel a nuestro cuerpo. Suelen dirigir nuestros actos sin que seamos conscientes de ellos y sólo en algunas ocasiones estos mecanismos centrales de nuestra mente se hacen claramente manifiestos y podemos observarlos con nitidez. Ello ocurre cuando nos enfrentamos a situaciones de cambio intensas y dramáticas que nos obligan a una reacción importante en defensa de nuestro equilibrio personal.

Pero no siempre son visibles, pues mientras cumplimos con nuestras rutinas cotidianas suelen permanecer en las sombras y resultan sólo observables para un experto. Con frecuencia, esos expertos se encuentran entre quienes forman parte de nuestro entorno inmediato (familiares, amigos, compañeros de tareas). Una pareja con mucha sensibilidad, un adolescente crítico o un compañero muy entusiasta suelen ser agudísimos observadores de nuestro comportamiento. Nosotros mismos aprendemos a examinar detalladamente el proceder de los demás, movidos por la necesidad de saber cómo manejarnos con ellos. Los terapeutas son expertos profesionales que realizan su tarea con gran precisión, llevados por el interés de ayudar a su paciente.

Las personas no se relacionan, en general, con ese grado tan profundo de conocimiento mutuo. Pensemos por ejemplo en el comportamiento de nuestros vecinos. Después de compartir con ellos el edificio por algún tiempo, podremos reconocer muchas de sus conductas habituales: sus horarios, la manera de vestir y la forma de saludar de cada uno. Hablamos de la simpática señora del segundo o de la gritona del cuarto. Podremos inferir muchas cosas sobre esas vidas que transcurren frente a nosotros, pero no podremos deducir con certeza qué patrones guían la vida de esas personas. Para ello, necesitaríamos contar con muchos más elementos, afinar nuestras observaciones y tratar de descubrir los motivos que guían sus conductas. Normalmente no lo hacemos, a menos que tengamos un problema especial con ellos.

Una situación más difícil se presenta cuando tenemos esa misma distancia con alguien que está cerca nuestro, con alguien que forma parte de nuestra esfera personal, de nuestro mundo íntimo. Muchos de los conflictos en nuestras relaciones se originan, precisamente, en ese conocimiento borroso que a veces tenemos la sensación de que no conocemos al otro o que él nos desconoce, experimentamos sorpresa, inquietud o dolor.

También ocurre, muchas veces, que nos sentimos confundidos respecto de cuáles son nuestras propias creencias. Son algunas de las situaciones más difíciles de la vida, donde nos sentimos perdidos y en las que se pone en juego nuestra identidad. Algunos momentos vitales y algunas experiencias críticas facilitan esos episodios en los que no es posible permanecer por un tiempo prolongado. Es posible salir de ese estado reafirmando las creencias previas o haciendo emerger otras nuevas. En cualquier caso, la persona se sentirá fortalecida. Pero si no lo logra, su equilibrio emocional resultará muy perjudicado.

Estas creencias no están presentes desde el inicio de nuestra vida; son el resultado de un largo proceso evolutivo. En sus comienzos, nuestras acciones son dirigidas por mandatos que recibimos de nuestros mayores. A medida que transcurre nuestra vida tenemos diversas exigencias que cumplir o ciertas expectativas que realizar. Debemos crecer y aprender muchas cosas para desempeñar numerosos roles. Debemos comportarnos adecuadamente como integrantes de una sociedad y debemos actuar de acuerdo con una serie de normas que regulan la vida entre las personas. Sobre nosotros actúan en primer lugar las expectativas de nuestros padres y otros familiares. Luego las de nuestros docentes y compañeros y a medida que vamos creciendo se van agregando nuevas exigencias. Dicha situación se modifica paulatinamente y, poco a poco, vamos adoptando las formas que responden a nuestros estilos y necesidades hasta que logramos constituir nuestros propios esquemas. Comienzan su formación en la infancia y alcanzan su madurez entre el fin de la adolescencia y el comienzo de la juventud, aunque están expuestos a un proceso de permanente revisión a lo largo del resto de la vida.

Vamos haciendo nuestro camino tratando de alcanzar los mayores logros posibles. En la medida que tenemos éxito, nos sentimos satisfechos. Cuando fracasamos nos enfrentamos al conflicto de decidir entre multiplicar nuestros esfuerzo por lograr lo que nos proponíamos o cambiar nuestras metas. Esto último suele ser bastante difícil de lograr, razón por la cual intentamos, con más frecuencia, el primer camino.

Cuando el individuo alcanza la adultez, siente la obligación de contar con sus propias metas e ideales. Este proceso de formación de los esquemas personales suele ser, a veces, muy trabajoso. Muchas personas fracasan en ese intento. Y muchas familias enfrentan a raíz de ello algunas de sus crisis más severas. En todos los casos, el futuro del individuo está sujeto su capacidad para manejar la realidad y satisfacer las expectativas que pesan sobre él. Manejar la realidad es algo fácil de decir pero muy difícil de precisar. En la terapia cognitiva se considera que una persona maneja la realidad cuando es capaz de crear un mundo propio y logra funcionar al mismo tiempo de manera adaptada y coherente con su entorno. Además, y sobre todas las cosas, cuando puede construir fuertemente una identidad que le permita ser él mismo y estar conectado con los demás.

¿Cómo se forman las creencias? Son el resultado de la interpretación que vamos haciendo de los acontecimientos que vivimos y dependen, lógicamente, del grado de éxito o fracaso que experimentamos en nuestros emprendimientos. En su formación influye el grado de gratificación o frustración afectiva y material que recibimos, pero sobre todo, dependen de nuestro balance sobre el modo en que se cumplen nuestras aspiraciones.

Uno de los aspectos más importantes para la psicoterapia es que estas creencias, que constituyen el aspecto más duro de nuestra mente son tanto las responsables de nuestros aciertos como de nuestros errores. Son un eje que nos orienta y puede conducirnos por un sendero favorable y productivo pero también puede inducirnos a cometer equivocaciones. Nuestra mente es responsable de cuanto hacemos, sea de algo constructivo como de algo que nos lleva a la perdición. Más adelante se explican las circunstancias en las que esto ocurre.

Material consultado:
Terapia Cognitiva. Fernández Alvarez, H. En "El bienestar que buscamos. Tres enfoques terapéuticos, págs. 197-201, AH Editores, Buenos Aires, 1999. (en impresiones)

Estadio de mantenimiento

| 24/10/07
El mantenimiento es el estadio en el cual las personas trabajan la consolidación de las ganancias que han conseguido durante la acción con el fin de evitar los riesgos de la recaída. En el modelo transteórico, el mantenimiento empieza después de seis meses de acción concertada. Generalmente se consideraba que el mantenimiento era un estadio estable en el que la gente no tiene que trabajar para cambiar. Ahora se sabe que las personas continúan aplicando procesos particulares de cambios, tales como el contracondicionamiento y el control de estímulos para evitar las recaídas.

¿Cuánto tiempo dura el mantenimiento? Para algunos problemas, como la obesidad, puede ser toda la vida. Para otros problemas, como el alcoholismo, el tabaquismo, y ciertos trastornos de ansiedad y humor, los problemas se pueden terminar definitivamente y no tener que hacer nada para prevenir la recaída.

El criterio que utilizamos para determinar la terminación es el momento en que las personas logran la máxima auto-eficacia o confianza y la mínima tentación de volver a reproducir las conductas problemáticas en cualquier situación considerada de peligro. Muchos fumadores llegan al punto de no experimentar ningún deseo de fumar, están totalmente seguros de que nunca volverán a fumar y manifiestan no tener que hacer nada para evitar fumar. ¿Cuánto tiempo se necesita para completar el estadio de mantenimiento? Se pensaba qué, normalmente, un fumador después de doce meses de abstinencia continuada se podía ir a casa tranquilo. Ahora sabemos que incluso después de un año de no haber fumado ni un cigarrillo, el 37% de la gente recae y vuelve a fumar regularmente durante toda la vida. Después de cinco años de abstinencia continuada, los riesgos de recaída descienden al 7% (U.S Department of Health and Human Services, 1990). Por eso, el mantenimiento puede durar de seis meses a cinco años después de haber iniciado la acción.

Material consultado:
¿Por qué no se mueven los continentes? ¿Por qué no cambian las personas? Prochaska, J. O. y Prochaska, J.M. Revista de Psicoterapia, Vol XII, Nº 46-47, pp. 27-28, 2001.

Pensar y no actuar: Los contempladores

| 14/10/07
La contemplación es un estadio en el cual se intenta cambiar los problemas en un futuro previsible, generalmente en seis meses. La auto eficacia o confianza respecto a lo que pueden cambiar es significativamente mucho más elevada que la de los precontempladores. Aunque los contempladores intentan cambiar y tienen confianza en que pueden haceerlo, muchos no cambian. Por ejemplo, una muestra de 800 fumadores que se encontraban en el estadio de contemplación manifestaron que estaban intentando seriamente dejar de fumar en un plazo de seis meses.

¿Por qué no cambian los contempladores? Generalmente, los contempladores evalúan los pros de su problema igual que los contras. Por eso, aunque son más conscientes o admiten más los aspectos negativos de su comportamiento que los precontempladores, los contempladores se muestran ambivalentes con respecto al cambio. Dudan de que los beneficios del cambio tengan más peso que los costes. Y la regla en el estadio de contemplación es: "si dudas, no cambies".

Dada la intensa ambivalencia que caracteriza la contemplación, generalmente terminan no deseando el cambio. Al menos no quieren cambiar lo suficiente como para arriesgarse a iniciar la cción y dejar los beneficios inmediaros de su conducta problemática. Generalmente siguen pensando que quieren cambiar, que algún día emprenderán la acción. Aquellos que piensan en lugar de actuar reciben el nombre de contempladores crónicos.

Material consultado:
¿Por qué no se mueven los continentes? ¿Por qué no cambian las personas? Prochaska, J. O. y Prochaska, J.M. Revista de Psicoterapia, Vol XII, Nº 46-47, p. 24, 2001.

Papel de la personalidad en los trastornos isquémicos-cardiovasculares en Mar del Plata, Argentina

| 25/9/07

Sanchez, R. (2006). Parte VI (y final) del artículo: "El papel de la personalidad en los trastornos isquémicos-cardiovasculares" En Factores psicológicos y trastornos isquémicos cardiovasculares. Urquijo, S. (comp). Editorial UNMdP, Mar del Plata (en prensa).

IV.III. Consideraciones finales.

Millon sostiene que el desarrollo consistente de una teoría es el requisito necesario para poder entender a la personalidad (Millon, 2002; Millon, 1999a; Davis, 1999). A partir de allí, se podrá postular un sistema clasificatorio, diseñar instrumentos de evaluación y proponer una línea de tratamiento terapéutico. Así, como sostiene Millon, teoría, clasificación, evaluación y intervención, son los cuatro pilares que hacen a una ciencia clínica madura de la personalidad.

Con la asunción del modelo evolucionista (Millon, 1990) la teoría ha ganado en complejidad y alcance pero manteniendo los lineamientos iniciales de 1969. Estos cambios fueron provocados por la necesidad de adecuar el marco teórico a los nuevos hallazgos surgidos de la investigación y de la práctica clínica.

La clasificación de la personalidad de Millon se ha enriquecido incluyendo los diferentes prototipos de personalidad que en algún momento estuvieron dentro de la nosología oficial de la American Psychiatric Association en las distintas versiones del DSM, dando por resultado una clasificación más fecunda y representativa de la problemática de la personalidad.

La teoría de la personalidad de Millon, su sistema clasificatorio, y su metodología de evaluación (que supone un punto de enlace entre los conceptos teóricos y la realidad), se van enriqueciendo mutuamente en un movimiento de realimentación continua.

V. Evaluación de la personalidad en una población de pacientes cardíacos de la ciudad de Mar del Plata con el Inventario Clínico Multiaxial de Millon II.

V.I. Antecedentes y resultados.

En una investigación realizada en la ciudad de Mar del Plata (Sanchez, 2004; Sanchez, 2003; Sanchez y Urquijo, 2003; Urquijo, Sanchez, Monsson, Heredia, 2001), se evaluó la personalidad de un grupo de pacientes cardíacos, internados en Unidad Coronaria del Hospital Interzonal General de Agudos. El instrumento utilizado fue el MCMI-II (Millon, 1999b). Se obtuvo información de 149 pacientes, 113 (76,8%) de sexo masculino y 36 (24,2%) de sexo femenino.

Para interpretar los resultados de la aplicación del instrumento a los pacientes evaluados se determinó, en primera instancia, cual era la escala del perfil de personalidad que aparecía con la puntuación más elevada. La escala más elevada define el tipo de perfil de personalidad. Posteriormente, se agruparon esos datos de acuerdo a las cuatro grandes categorías clasificatorias propuestas por Millon (Millon y Davis, 1998) (véase el Cuadro 3.):

- Estilos con dificultades para el placer [DPP] (que subsume las escalas esquizoide y evitativa).

- Estilos con problemas interpersonales [PI] (escalas dependiente, histriónica, narcisista y antisocial).

- Estilos con conflictos intrapsíquicos [CI] (escalas agresivo-sádica, compulsiva, pasivo-agresivo y autodestructivo-masoquista).

- Personalidades con déficit estructurales [DE] (escalas esquizotípica, límite y paranoide).

El último grupo supone niveles más graves de disfuncionalidad que los anteriores, según la teoría de la continuidad sindrómica que sostiene el autor (Millon, 1976; Millon y Everly, 1994; Millon y Davis, 1998; Choca, 1999). La clasificación de los resultados se completa con dos categorías: sin trastorno de personalidad [STP] y perfiles inválidos [INV] (aquellos en los que la escala de sinceridad, una de las escalas que mide tendencia de respuestas, excede el máximo permitido por el instrumento). Los resultados se muestran en la Tabla 1[1]:

Tabla 1. Clasificación por categorías diagnósticas.

N

%

IC

INV

17

11,4

7-17 %

STP

4

2,7

1-6%

DPP

9

6,0

3-11%

PI

19

12,8

9-19%

CI

67

45,0

37-53%

DE

33

22,1

16-29%

TOTAL

149

100

[1] En las tablas subsiguientes se incluye junto a los porcentajes el intervalo de confianza (IC) obtenido con el método de Gosh (Glass & Hopkins,1996).


Al analizar los resultados obtenidos surge en primer término la elevada incidencia de participantes con un supuesto trastorno de la personalidad. Por ejemplo, según el DSM-IV (APA, 1995) el trastorno paranoide de la personalidad afecta al 0,5-2,5% de la población general y al 2-10% de los pacientes ambulatorios psiquiátricos, mientras que en la muestra estudiada la prevalencia de este trastorno superó el 12% de los perfiles válidos. Respecto al trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad, según la nosología oficial éste tiene una prevalencia estimada del 1% en la población general y del 3-10% en individuos que acuden a clínicas de salud mental, mientras que en la población estudiada este trastorno alcanzó al 28% de los perfiles válidos. Otro tanto puede decirse respecto al porcentaje total de participantes que pueden ser diagnosticados con un trastorno de la personalidad: mientras que para la población general se estima una prevalencia aproximada del 15% (Pérez Urdániz y otros, 2003; Pérez Urdániz y otros, 2001) y de un 50% entre pacientes con trastornos psiquiátricos (Pérez Urdániz y otros, 2003), en la población estudiada ese porcentaje alcanza al 86% de la muestra y al 97% de los perfiles validos.

La alta prevalencia de trastornos de la personalidad encontrada en la población objeto de este estudio hace recomendable tener en cuenta la observación de Choca y Van Denburg (1998) respecto a que los resultados del MCMI están muy condicionados por los sentimientos y percepciones del sujeto en el momento de responder al inventario, sobre todo cuando éste sufre graves perturbaciones o se encuentra en un estado muy distinto al habitual. Como se dijo anteriormente, los participantes que formaron parte de este estudio se encontraban internados en Unidad Coronaria a causa de su afección cardíaca, por lo tanto tal vez sería más adecuado considerar los resultados como reflejo del estado del sujeto en el momento de la toma (Piersma, 1989) y sus puntuaciones podrían variar si se obtuvieran en otro momento.

Como ya ha sido dicho, Craig (1999a) también sostiene que los datos de la investigación sugieren que algunas escalas del MCMI son medidas de estilos y no de trastornos de personalidad. La escala de personalidad compulsiva, que en este trabajo representó a más de la mitad de los participantes del grupo con conflictos interpersonales y al 28% del total de los perfiles válidos, es una de las que se sostiene que evalúa estilo y no trastorno de la personalidad.

La duda aquí planteada (alta prevalencia de trastornos de la personalidad en pacientes con trastornos isquémicos cardiovasculares o puntajes sobreevaluados por la situación en la que se encontraba el participante al momento de responder al inventario) en parte podrá ser salvada en trabajos futuros, donde se evalué a este tipo de pacientes en condiciones más habituales, fuera ya de la internación.

Se realizó también el análisis de las frecuencias de cada una de las escalas de los grupos diagnósticos de mayor incidencia (personalidades con conflictos intrapsíquicos y personalidades con déficit estructurales). Los resultados se muestran en las tablas 2 y 3.

Tabla 2.Escalas de conflictos interpersonales.

Escalas CI

N

%

IC

Agresivo

10

14,9

8-25%

Compulsivo

37

55,2

43-66%

Pasivo-Agresivo

7

10,4

5-19%

Autodestructivo

13

19,4

11-30%

TOTAL

67

100

En la Tabla 2. se observa que dentro del grupo de participantes con conflictos intrapsíquicos más de la mitad cumple los criterios del instrumento para el diagnóstico de un trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad, mientras que cerca del 20% podría diagnosticarse con un trastorno autodestructivo (masoquista) de la personalidad. Esta última categoría que fuera incluida el Apéndice de categorías diagnósticas que requieren estudios ulteriores en el DSM-III-R (APA, 1988) y que fuera excluida luego del DSM-IV (APA, 1995), como se dijo anteriormente fue incorporada por Millon en la revisión que llevó a la segunda versión del MCMI (Millon, 1999) aparecida al mismo tiempo que el DSM-III-R.

Tabla 3. Escalas de déficit estructurales.

Escalas DE

N

%

IC

Esquizotípico

12

36,4

22-53%

Límite

5

15,2

7-31%

Paranoide

16

48,5

33-65%

TOTAL

33

100

En la Tabla 3. se observa que dentro de las personalidades con déficit estructurales prevalecen los tipos paranoide y esquizotípico. Como ya ha sido expresado, en la teoría del autor los trastornos de personalidad con déficit estructurales suponen un grado mayor de gravedad que los otros trastornos de personalidad, diferencia que no se da en la nosología oficial de la American Psychiatric Asociation tal como queda registrada en las distintas versiones del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM).

Puede realizarse un análisis de los resultados presentados hasta aquí a partir del los lineamientos teóricos de Millon y de la literatura existente sobre el impacto de la personalidad en personas con TIC. Dicho análisis se efectúa en el siguiente apartado.


V.II. Relación entre los resultados obtenidos y las personalidades Tipo A y Tipo D.

Los resultados obtenidos en el trabajo reseñado anteriormente pueden relacionarse con ciertos conceptos teóricos de las personalidades tipo A y D:

V.II.A. Trastorno obsesivo compulsivo de la personalidad (TOCP).

En la muestra estudiada el 28% de los participantes podrían ser diagnosticados con un TOCP de acuerdo a la evaluación del MCMI-II. Según Craig (1999a), la escala compulsiva del instrumento correlaciona positivamente con otras medidas que sugieren control de conducta y emociones, y negativamente con medidas de trastornos psiquiátricos; también es una escala que aparece frecuentemente elevada en población normal. Por lo tanto, quizá lo propio de muchos de los pacientes con trastornos isquémicos cardiovasculares sea el control de conductas y emociones y no necesariamente un trastorno obsesivo compulsivo de la personalidad. Esta característica (control de conducta y emociones) concuerda con la inhibición social, componente fundamental de la personalidad tipo D. La inhibición social se definía por la tendencia a mantenerse distanciado de los demás, por inhibir a menudo la expresión de los sentimientos y por bajos niveles de soporte social percibido.

V.II.B. Personalidades con conflictos intrapsíquicos.

Respecto al tipo de trastornos encontrados, surge en primera instancia el factor de la gravedad ya que no sólo los del tipo con déficit estructurales son los más graves sino que, según Millon (Millon y Davis, 1998), los del grupo de conflictos intrapsíquicos (Tabla 2) pueden reflejar un nivel de funcionamiento más grave que los del grupo de estilos con problemas interpersonales. Estas personas, según Millon (Millon y Davis, 1998) tienen dificultades para relacionarse con los demás de manera que les resulte satisfactoria; aún en entornos favorables anulan sus posibilidades de satisfacción o piensan que son incapaces de sentirse contentos. Los conflictos que viven estas personalidades pasan por asumir una posición dependiente o independiente (como en el caso del compulsivo) o por evitar la discordancia entre lograr el placer o evitar el displacer (como en el caso del autodestructivo). Estos dos aspectos también recuerdan a los componentes de la personalidad tipo D revisados anteriormente. Así, la afectividad negativa podría relacionarse con la dificultad para obtener placer de los sujetos autodestructivos como la inhibición social con la dificultad de establecer vínculos interpersonales satisfactorios de los sujetos compulsivos. Sin embargo, estas relaciones deberían estudiarse más profundamente en trabajos posteriores. Del mismo modo, también existe un paralelismo entre el patrón de vida sobreexigido de la personalidad obsesivo-compulsiva y el patrón de personalidad tipo A (Millon y Davis, 1998).

V.II.C. Personalidades con déficit estructurales.

En cuanto al grupo con déficit estructurales, no caben mayores dudas de que se trata siempre de trastornos de personalidad y no de estilos, ya que no se reconocen estilos de personalidad normales esquizotípicos, límites o paranoide. Aún Choca (Choca y Van Denburg, 1998), quien más activamente sostiene que el MCMI es una evaluación del estilo de personalidad más que de trastornos, postula que las escalas de déficit estructurales (juntamente con la autodestructiva y la agresiva-sádica) están claramente asociadas a un funcionamiento patológico de la personalidad. En estos pacientes (más del 20% del total de la muestra), entonces, la presencia de un trastorno de la personalidad grave aparece con más fuerza.

Al hablar de las personalidades con déficit estructurales, Millon (Millon y Davis, 1998) señala que se trata de personalidades socialmente incompetentes, con dificultades de relación y a menudo aislados, hostiles o confusos, por lo que son incapaces de suscitar el apoyo interpersonal que podría reforzarlos y orientarlos hacia un estilo de vida más eficaz y satisfactorio. Millon (1969) denomina a esta característica como competencia social defectiva y se refiere a la historia personal errática de estas personas y a su incapacidad de alcanzar un nivel de manejo social proporcionado a sus aptitudes y talentos. La inhibición social, propia de la personalidad tipo D, también parece mantener una fuerte relación con la competencia social defectiva de la que habla Millon.

En el caso particular del trastorno paranoide de la personalidad, la desconfianza suspicaz hacia los otros y el deseo de no mantener relaciones en las que pueda perder el poder de autodeterminación resultan características predominantes. Por tanto, es distintivo de estas personas el bajo apoyo social percibido y el mantenerse distanciado de los demás, propio de la personalidad tipo D.

En resumen, entonces, los resultados obtenidos permiten mantener la hipótesis de la relación entre los TIC y los trastornos de personalidad. Además, permiten avanzar hacia la detección de cuales son los trastornos más relacionados con dicha patología. Los trastornos obsesivo-compulsivo y paranoide de la personalidad aparecieron con una frecuencia muy alta en la población estudiada. Ambos trastornos mantienen puntos de contacto con la personalidad Tipo D, indicada en la literatura con una estrecha relación con los trastornos isquémicos cardiovasculares. Entonces, en principio estos resultados permitirían sostener la hipótesis de que los trastornos cardiovasculares se relacionan con ciertos tipos de personalidad que han sido estudiados anteriormente. En particular, aparece como más fuerte la relación con la personalidad tipo D.

VI. Conclusiones.

Como resultado de este trabajo puede concluirse que, en principio, la patología isquémica cardiovascular mantendría una relación estrecha con la existencia de rasgos disfuncionales de personalidad, y aún con trastornos de la personalidad, en principio de gravedad moderada o alta.

Por otro lado, se observa que hay una gran variabilidad en los tipos de trastornos detectados ya que si bien los tres tipos tratados aquí con más detalle (obsesivo, autodestructivo y paranoide) representan la mitad de los perfiles válidos, el resto de los trastornos (a excepción del histriónico) también aparecieron representados en la muestra estudiada.

Puede concluirse que a partir de los resultados de este trabajo si bien no es posible definir un patrón de personalidad propenso a sufrir trastornos cardiovasculares, existen ciertos rasgos disfuncionales o trastornos de la personalidad que, en primera instancia, aparecen como más ligados con tal circunstancia. La personalidad Tipo D, que en algún sentido se solaparía con esos rasgos o trastornos, sería el constructo que permitiría relacionar diversas patologías de la personalidad con las enfermedades cardiovasculares.

En este trabajo, se observó la presencia de inhibición social en los pacientes con un trastorno obsesivo compulsivo de la personalidad y en los pacientes con déficits estructurales, en particular con un trastorno paranoide de la personalidad. Estos pacientes representan casi al 50% de la muestra estudiada. Por otra parte, también se observó que la afectividad negativa era una característica de los sujetos que padecen un trastorno autodestructivo de la personalidad, siendo este el otro trastorno que apareció con una frecuencia elevada en esta investigación.

Cabe aclarar, por otra parte, que aquí se ha trabajado sólo con la escala más alta de cada sujeto, cuando para determinar más fehacientemente un perfil de personalidad resulta más conveniente combinar las dos (Millon y Davis, 1998) o tres (Choca y Van Denburg, 1998) escalas más altas.

Para continuar con esta investigación, a fin de arribar a conclusiones más certeras, resultaría apropiado, como se sugirió anteriormente, volver a evaluar a los mismos (u otros) participantes en condiciones distintas para determinar si se mantiene la prevalencia y tipos de trastornos de personalidad encontrados en este trabajo.

Poder continua con esta línea de investigación permitirá un acercamiento más firme al estudio de la personalidad en la población abordada. Esto resulta necesario dada la alta prevalencia de la patología isquémica cardiovascular en nuestro medio.

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