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El papel de las creencias

| 11/12/07
A muchas de nuestras creencias las reconocemos sin dificultad. Son las que están vinculadas con nuestros ideales, con nuestras prácticas políticas o religiosas. Son también muchas de las que ordenan nuestras relaciones afectivas o nuestra sexualidad. Creemos que la bondad tendrá su premio, creemos en el valor de la felicidad o en el respeto a nuestro padres. Proclamamos esos valores e intentamos transmitirlos. Operan en nosotros de manera permanente y dirigen todos los niveles de nuestro comportamiento, incluyendo los más superficiales. Están pegadas a nuestra conducta como la piel a nuestro cuerpo. Suelen dirigir nuestros actos sin que seamos conscientes de ellos y sólo en algunas ocasiones estos mecanismos centrales de nuestra mente se hacen claramente manifiestos y podemos observarlos con nitidez. Ello ocurre cuando nos enfrentamos a situaciones de cambio intensas y dramáticas que nos obligan a una reacción importante en defensa de nuestro equilibrio personal.

Pero no siempre son visibles, pues mientras cumplimos con nuestras rutinas cotidianas suelen permanecer en las sombras y resultan sólo observables para un experto. Con frecuencia, esos expertos se encuentran entre quienes forman parte de nuestro entorno inmediato (familiares, amigos, compañeros de tareas). Una pareja con mucha sensibilidad, un adolescente crítico o un compañero muy entusiasta suelen ser agudísimos observadores de nuestro comportamiento. Nosotros mismos aprendemos a examinar detalladamente el proceder de los demás, movidos por la necesidad de saber cómo manejarnos con ellos. Los terapeutas son expertos profesionales que realizan su tarea con gran precisión, llevados por el interés de ayudar a su paciente.

Las personas no se relacionan, en general, con ese grado tan profundo de conocimiento mutuo. Pensemos por ejemplo en el comportamiento de nuestros vecinos. Después de compartir con ellos el edificio por algún tiempo, podremos reconocer muchas de sus conductas habituales: sus horarios, la manera de vestir y la forma de saludar de cada uno. Hablamos de la simpática señora del segundo o de la gritona del cuarto. Podremos inferir muchas cosas sobre esas vidas que transcurren frente a nosotros, pero no podremos deducir con certeza qué patrones guían la vida de esas personas. Para ello, necesitaríamos contar con muchos más elementos, afinar nuestras observaciones y tratar de descubrir los motivos que guían sus conductas. Normalmente no lo hacemos, a menos que tengamos un problema especial con ellos.

Una situación más difícil se presenta cuando tenemos esa misma distancia con alguien que está cerca nuestro, con alguien que forma parte de nuestra esfera personal, de nuestro mundo íntimo. Muchos de los conflictos en nuestras relaciones se originan, precisamente, en ese conocimiento borroso que a veces tenemos la sensación de que no conocemos al otro o que él nos desconoce, experimentamos sorpresa, inquietud o dolor.

También ocurre, muchas veces, que nos sentimos confundidos respecto de cuáles son nuestras propias creencias. Son algunas de las situaciones más difíciles de la vida, donde nos sentimos perdidos y en las que se pone en juego nuestra identidad. Algunos momentos vitales y algunas experiencias críticas facilitan esos episodios en los que no es posible permanecer por un tiempo prolongado. Es posible salir de ese estado reafirmando las creencias previas o haciendo emerger otras nuevas. En cualquier caso, la persona se sentirá fortalecida. Pero si no lo logra, su equilibrio emocional resultará muy perjudicado.

Estas creencias no están presentes desde el inicio de nuestra vida; son el resultado de un largo proceso evolutivo. En sus comienzos, nuestras acciones son dirigidas por mandatos que recibimos de nuestros mayores. A medida que transcurre nuestra vida tenemos diversas exigencias que cumplir o ciertas expectativas que realizar. Debemos crecer y aprender muchas cosas para desempeñar numerosos roles. Debemos comportarnos adecuadamente como integrantes de una sociedad y debemos actuar de acuerdo con una serie de normas que regulan la vida entre las personas. Sobre nosotros actúan en primer lugar las expectativas de nuestros padres y otros familiares. Luego las de nuestros docentes y compañeros y a medida que vamos creciendo se van agregando nuevas exigencias. Dicha situación se modifica paulatinamente y, poco a poco, vamos adoptando las formas que responden a nuestros estilos y necesidades hasta que logramos constituir nuestros propios esquemas. Comienzan su formación en la infancia y alcanzan su madurez entre el fin de la adolescencia y el comienzo de la juventud, aunque están expuestos a un proceso de permanente revisión a lo largo del resto de la vida.

Vamos haciendo nuestro camino tratando de alcanzar los mayores logros posibles. En la medida que tenemos éxito, nos sentimos satisfechos. Cuando fracasamos nos enfrentamos al conflicto de decidir entre multiplicar nuestros esfuerzo por lograr lo que nos proponíamos o cambiar nuestras metas. Esto último suele ser bastante difícil de lograr, razón por la cual intentamos, con más frecuencia, el primer camino.

Cuando el individuo alcanza la adultez, siente la obligación de contar con sus propias metas e ideales. Este proceso de formación de los esquemas personales suele ser, a veces, muy trabajoso. Muchas personas fracasan en ese intento. Y muchas familias enfrentan a raíz de ello algunas de sus crisis más severas. En todos los casos, el futuro del individuo está sujeto su capacidad para manejar la realidad y satisfacer las expectativas que pesan sobre él. Manejar la realidad es algo fácil de decir pero muy difícil de precisar. En la terapia cognitiva se considera que una persona maneja la realidad cuando es capaz de crear un mundo propio y logra funcionar al mismo tiempo de manera adaptada y coherente con su entorno. Además, y sobre todas las cosas, cuando puede construir fuertemente una identidad que le permita ser él mismo y estar conectado con los demás.

¿Cómo se forman las creencias? Son el resultado de la interpretación que vamos haciendo de los acontecimientos que vivimos y dependen, lógicamente, del grado de éxito o fracaso que experimentamos en nuestros emprendimientos. En su formación influye el grado de gratificación o frustración afectiva y material que recibimos, pero sobre todo, dependen de nuestro balance sobre el modo en que se cumplen nuestras aspiraciones.

Uno de los aspectos más importantes para la psicoterapia es que estas creencias, que constituyen el aspecto más duro de nuestra mente son tanto las responsables de nuestros aciertos como de nuestros errores. Son un eje que nos orienta y puede conducirnos por un sendero favorable y productivo pero también puede inducirnos a cometer equivocaciones. Nuestra mente es responsable de cuanto hacemos, sea de algo constructivo como de algo que nos lleva a la perdición. Más adelante se explican las circunstancias en las que esto ocurre.

Material consultado:
Terapia Cognitiva. Fernández Alvarez, H. En "El bienestar que buscamos. Tres enfoques terapéuticos, págs. 197-201, AH Editores, Buenos Aires, 1999. (en impresiones)