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Revoluciones cognitivas

| 5/6/07
La psicología cognitiva fue la aplicación de las nuevas ideas al estudio de los fenómenos naturales. Gracias a la implementación de los principios cognitivos, los científicos pudieron desentrañar algunos mecanismos de la mente que habían permanecido ocultos durante siglos. Los psicólogos pudieron ingresar al oscuro recinto de la psiquis y recorrer los laberintos de fenómenos tan complejos como las operaciones de la memoria, la producción de los razonamientos abstractos, las reglas del lenguaje, la formación de símbolos o la generación de las imágenes mentales.

En un primer momento el nuevo modelo despertó un entusiasmo ilimitado y los científicos creyeron encontrar en el modelo informático la llave maestra capaz de explicar definitivamente las raíces de la conducta humana. Sin embargo, rápidamente, resultó evidente que la actividad psíquica del ser humano posee una complejidad que ningún modelo informático puede replicar.

¿En qué se apoyó esa evidencia? Los expertos encontraron que los actos de las personas poseen siempre una intención. Dicho de otro modo, todo lo que hacemos tiene una finalidad, más allá de que podamos conseguir o no lo que nos proponemos. Más allá de que podamos alcanzar nuestras metas en el momento previsto, de manera diferida o nunca quizás. Los seres humanos también somos sistemas. Pero sistemas no neutrales al manejar la información, porque todo lo que hacemos tiene un propósito. Esos conceptos permitieron destacar, con asombrosa nitidez, en qué consiste la singularidad del comportamiento humano: la función autocreadora de su experiencia. Es decir, su capacidad inigualable de fabricar universos, de crear realidades, de construir nuevos mundos posibles.

De ese modo nació la "Segunda Revolución Cognitiva". Rescatando las nociones principales del modelo cognitivo, esta renovada versión puso el énfasis en el hecho de que los seres humanos son sistemas abiertos, o sea, que operan con una programación parcial y que están en condiciones de ser activos constructores del mundo que habitan. Esto significa que la conducta humana obedece a deseos más que a principios lógicos y las razones que explican nuestras acciones responden a planes que nos trazamos, que no pueden explicarse sólo por las causas en que se originan sino que se ajustan a los proyectos que pretendemos realizar. En síntesis, nuestras vidas están atadas a ciertos motivos y creencias que sólo parcialmente dependen de las condiciones exteriores que nos rodean. La terapia cognitiva es plenamente tributaria de estos conceptos.

Material consultado:
Fernández Alvarez, H. Terapia Cognitiva. (1999) En "El bienestar que buscamos. Tres enfoques terapéuticos", AH Editores, Buenos Aires, págs 187-188

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