Psicología y psicoterapias cognitivas. Psicología positiva. Autoayuda. Investigaciones. Opinión. Neurociencias.

El funcionalismo computacional y la Inteligencia Artificial en el nacimiento de la Psicología Cognitiva: la herencia de Turing. (5)

| 12/6/07
3.2. El Test de Turing

Dice Turing, al comienzo del artículo: "Me propongo examinar la pregunta siguiente: ¿Pueden pensar las máquinas?". Para contestar esta pregunta, idea la formulación de un problema que llama "juego de la imitación":

"Se juega con tres personas, un hombre (A), una mujer (B) y un interrogador (C), que puede ser de uno u otro sexo. El interrogador se queda en un cuarto, separado de los otros dos. Para él, el objetivo del juego es determinar cuál de los otros dos es el hombre y cuál la mujer. Los conoce por los signos X e Y, y al final del juego puede decir: 'X es A e Y es B', o bien: 'X es B e Y es A'. El interrogador puede hacer preguntas a A y a B de la manera siguiente:
C: Que diga X cuán largo tiene el pelo.
Supongamos que X es en realidad A. En este caso, A tiene que responder. El fin de A en el juego es tratar de lograr que C haga una identificación incorrecta. Por lo tanto, su respuesta podría ser la siguiente: 'Me cortaron el pelo y mis cabellos más largos tienen aproximadamente veinte centímetros'.

Para que el tono de la voz no ayude al interrogador, las respuestas deberían ser escritas. Lo ideal sería que un teleimpresor estuviera en comunicación con ambos cuartos. La pregunta y las respuestas pueden ser alternativamente repetidas por un intermediario. El objeto del juego para el tercer jugador (B) es ayudar al interrogador. La mejor estrategia para ella, probablemente será contestar la verdad. Puede añadir a sus respuestas cosas como: 'Yo soy la mujer, ¡no le crea a él!'. Eso, sin embargo, no adelantará nada, porque el hombre puede formular observaciones semejantes."

Hecha esta introducción, Turing introduce luego la cuestión de la máquina:
"Ahora preguntamos: '¿Qué pasaría si una máquina tomara el papel de A en este juego?'. ¿Decidirá el interrogador equivocadamente con igual frecuencia, si el juego se desarrolla de esta manera, que como cuando es jugado por un hombre y una mujer? Estas preguntas sustituyen la nuestra anterior: '¿Pueden pensar las máquinas?'."

El método ideado por Turing tenía, a su entender, algunas ventajas:
- Trazar una línea bastante bien definida entre las capacidades físicas e intelectuales del hombre (idea que luego tomaría el funcionalismo). La forma de plantar el problema lo lleva a centrarse sólo en las capacidades intelectuales, que son las que supuestamente una máquina podría imitar.
- Poder introducir casi cualquiera de las actividades humanas que deseara incluir. El método de pregunta y contestación parece ser conveniente para este propósito. Las condiciones del juego, sin contacto físico o visual, permiten que los participantes, si lo consideran oportuno, pueden jactarse cuanto quieran de sus encantos, fuerza o inteligencia, pero el interrogador no puede pedir demostraciones objetivas de ello.

Turing calculaba que para aproximadamente la época actual habría máquinas cuya potencia de memoria haría que un interrogador corriente no tuviera más de un 70% de oportunidad de hacer la identificación correcta después de cinco minutos de preguntas ("... creo que hacia fines de este siglo el uso de las palabras y la opinión culta en general habrán cambiado tanto, que será posible hablar de máquinas que piensan sin ser desmentido").

A continuación, Turing revisaba las diferentes objeciones que podrían esgrimir los opositores a su idea para ir descartándolas una a una. Entre esas objeciones, pueden citarse las siguientes:

1) La objeción de la "cabeza en la arena". Las consecuencias del hecho de que las máquinas pensaran serían demasiado horribles. Esperemos y creamos que no puedan hacerlo. El autor no se molesta en refutar este argumento que atribuye a los intelectuales "porque atribuyen más valor al poder de pensar que los demás, y tienden a fundar su creencia en la superioridad del hombre en este poder".

2) La objeción matemática, que surge de una aplicación del Teorema de Gödel: así como en cualquier sistema lógico suficientemente poderoso pueden ser formuladas proposiciones que no pueden ser demostradas ni refutadas dentro del sistema, a menos que el sistema mismo sea contradictorio, hasta la máquina de capacidad ilimitada tendrá preguntas que no podrá contestar o a las cuales dará una respuesta errónea. El argumento, entonces, postula una incapacidad de las máquinas a la cual el intelecto humano no está sometido. Sin embargo, según Turing, solamente ha sido enunciado, sin ninguna clase de pruebas, que el intelecto humano no sufre de tales limitaciones.

3) El argumento de la conciencia, expresado, según el autor, en la Oración de Lister de 1949 del profesor Jefferson: "Hasta que una máquina no sepa escribir un soneto o componer un concierto con base en los pensamientos y las emociones que siente, y no a consecuencia de la caída venturosa de símbolos, no podremos estar de acuerdo en que la máquina pueda ser igual que un cerebro, es decir, que no solamente sepa escribirlos, sino también que sepa que los ha escrito. Ningún mecanismo podría sentir alegría por sus éxitos, tristeza cuando sus válvulas se fundieran, placer al ser adulado y sentirse desgraciado a consecuencia de sus errores, encantado por el sexo, enfadado o deprimido al no lograr lo que desea". Para Turing, según este punto de vista, la única manera en que una persona podría estar segura de que una máquina piensa, sería siendo la máquina y sintiéndose pensar. Pero entonces, la única manera de saber que un hombre piensa consiste en ser este hombre particular. Esta línea de razonamiento, arguye, conduce al solipsismo.

4) Argumentos desde el punto de vista de diferentes incapacidades, que puede tomar la forma siguiente: "Admito que se puede compeler a las máquinas a hacer todas las cosas que acaba de mencionar, pero nunca podrá inducir a una máquina a hacer X", siendo X ser, amistoso, tener sentido del humor, saber distinguir lo bueno de lo malo, cometer errores, enamorarse, disfrutar las fresas con crema, aprender de la experiencia, ser el tema de sus propios pensamientos, hacer algo verdaderamente nuevo, etc. Según Turing, estas objeciones se basan en el principio de la inducción científica. Un hombre ha visto miles de máquinas en su vida, de lo que saca varias conclusiones generales. Sin embargo, la crítica de que una máquina no puede tener mucha diversidad de comportamiento es solamente una manera de decir que no puede tener mucha capacidad de almacenamiento, hecho que (suponía Turing) sería revertido con el tiempo.

5) La objeción de Lady Lovelace. "La máquina analítica no tiene pretensión de originar nada. Puede hacer todo lo que le ordenemos que haga. Puede llevar a cabo un proceso de análisis; pero no tiene poder de anticipar ninguna verdad o relación analítica". Esta primera versión del argumento contra la creatividad de las computadoras pertenece a Lady Lovalace (matemática, hija de Lord Byron) y fue sentado hacia mediados del siglo XIX. La "máquina analítica" fue el proyecto trunco de un visionario, Charles Babbage, una auténtica computadora mecánica que nunca llegó a funcionar por sufrir los rudimentos técnicos de su época. Este es el más eficaz de los argumentos en contra del test de Turing, aunque Turing sostiene que está teñido por cuestiones epocales y que si bien era fundamentado en el momento en que fue postulado no había razones para suponer que siempre sería así.

6) Argumento de la continuidad en el sistema nervioso. El sistema nervioso no es una máquina de estado discreto. Se puede argumentar que entonces no se puede esperar que seamos capaces de imitar el comportamiento del sistema nervioso con un sistema de estado discreto. Sin embargo, según Turing, aunque sea verdad que una máquina de estado discreto tiene que ser diferente de una máquina continua, si nos adherimos a las condiciones del juego de la imitación, el interrogador no será capaz de sacar ninguna ventaja de esta diferencia.
Después de estas objeciones y refutaciones, Turing sigue su razonamiento sosteniendo que el camino es recorrer un proceso que lleve a imitar una mente humana adulta. Encuentra tres componentes en este proceso:

a) El estado inicial de la mente, es decir, durante el nacimiento.

b) La educación a que ha sido sometida.

c) Otras experiencias (no definibles como educación) a las que ha sido sometida.

Entonces, en vez de tratar de elaborar un programa para estimular la mente adulta, propone tratar de producir un programa para estimular la mente infantil. Si ésta estuviera después sometida a un curso apropiado de educación, se obtendría un cerebro adulto. La idea subyacente es la de que hay tan poco mecanismo en un cerebro infantil que puede ser fácilmente programado. Así el problema queda dividido en dos partes, la construcción de la "mente" y su instrucción. Necesitamos una computadora-niño capaz de aprender, parece decir Turing y tal es el corolario de su artículo señero.

En lo que respecta a la "crianza" de esta máquina infantil, Turing se muestra digno seguidor de los cánones conductistas ya que sostiene lo siguiente: "solemos relacionar los castigos y las recompensas con el proceso de la enseñanza. Algunas máquinas infantiles simples pueden ser construidas o programadas con base en este tipo de principio. La máquina tiene que ser construida de tal manera que los resultados que precedieron brevemente a la ocurrencia de una señal de castigo tengan poca probabilidad de ser repetidos, mientras que una señal de recompensa aumenta la probabilidad de la repetición de los acontecimientos que la provocaron".
En algunas décadas, postulaba Turing en 1950, sería posible educar (programar) una máquina infantil de cierta complejidad hasta lograr que aprenda comportamientos inteligentes al igual que una persona, de manera tal que sus respuestas no pudieran distinguirse de las de un ser humano.

El artículo de Turing constituye algo así como la prehistoria de la IA. De ahí en más los investigadores de este campo tuvieron un terreno fértil para avanzar e intentar cumplir con algunas de sus promesas sobre máquinas que piensan y se comportan inteligentemente, al igual que los seres humanos. El test de Turing fue una suerte de declaración de principios de aquellos que buscaban conseguir una tecnología inteligente o pensante.

Es muy revelador que Turing haya preferido escoger esta prueba como criterio de inteligencia, en vez de utilizar algún recurso que midiera experticia, como habría sido por ejemplo la capacidad de jugar ajedrez. El tiempo le ha dado la razón: a la fecha, varios programas de computación juegan ajedrez a nivel de gran maestro e incluso pueden competir de igual a igual con el campeón del mundo; en cambio, no hay todavía ninguna máquina capaz ni siquiera mínimamente de engañar a un ser humano haciéndose pasar por mujer.

El arrogante comienzo de la IA no se correspondió siquiera con logros ínfimos que hicieran pensar que tal IA es posible. Cabe concederle a Alan Turing, igualmente, su calidad de precursor y su importancia para la ciencia cognitiva: sus ideas fueron lo suficientemente pregnantes como para atravesar toda la ya larga historia de este paradigma. Es de sospechar que de no haber sido por su prematura y lamentable muerte mucho más podría haber dicho en esta historia. De todas maneras, cualesquiera que sean los méritos o deméritos del Test de Turing como criterio de inteligencia artificial, es innegable su conexión con el funcionalismo: los estados de la computadora que está ejecutando un programa se definen por las relaciones de entrada y salida y por las relaciones que éstas guardan entre sí. Las descripciones de las operaciones de una computadora en términos de software es una descripción funcionalista. Un sistema puede ser descrito funcionalmente sin que sea preciso adoptar ningún compromiso ontológico acerca de la entidad que realiza la ejecución del programa.

Ver parte 6.

0 comentarios: