Psicología y psicoterapias cognitivas. Psicología positiva. Autoayuda. Investigaciones. Opinión. Neurociencias.

Personalidad, temperamento y sociedad

| 17/7/07
Parte V (y final) del artículo: "Personalidad, temperamento y sociedad"
Roberto Oscar Sanchez.
Lic. en Psicología, Especialista en Docencia Universitaria Psicoterapeuta Centro de Asistencia Psicológica Mar del Plata, Profesor Seminario de Orientación Trastornos de la Personalidad, Universidad Nacional de Mar del Plata Profesor Teorías de la Personalidad, Universidad Atlántida Argentina Miembro del Grupo de Investigación en Psicología Cognitiva y Educacional, UNMdP
En “Violencia, personalidad y sociedad”. G. González Ramella (comp.), Editorial Akadia, Buenos Aires, pág. 233-260, 2007.

4 Tal como los criterios diagnósticos del DSM.

La evidencia existente parece demostrar sin lugar a mayores dudas que existe un componente biológico en la personalidad, en parte heredado y en parte debido a condiciones prenatales. Ese componente biológico de alguna manera se complementa con el aspecto social de la personalidad, que se aprende en la interacción con los otros, en especial en el núcleo familiar. En principio podría decirse que todos, quien mas y quien menos, tenemos ciertas disposiciones biológicas desadaptativas de personalidad. El contexto social en el que nos toque desempeñarnos será el que determine, en última instancia, si esas disposiciones se expresarán en forma de rasgos desadaptativos o, en el peor de los casos, de un TP, o si, por el contrario, se amortiguarán para dar lugar a una personalidad sana. Por tanto, los aspectos biológicos quedan en un segundo plano ya que serán los aspectos sociales los que encausen la personalidad hacia un lado u otro. Aún condiciones iniciales muy patológicas pueden ser moderadas en sociedades estables y que ofrezcan oportunidades a sus miembros e, inversamente, condiciones iniciales favorables pueden ser desviadas a estilos patológicos en sociedades injustas e inestables. Dado que la personalidad se terminaría de constituir (o construir) en el entramado social, fácil es advertir que su estabilidad y coherencia sean difíciles de lograr en contextos contradictorios o inseguros. Ahora bien, reconocer la influencia de las condiciones sociales en los resultados de la vida, ¿hace que la responsabilidad personal sea inaplicable? Las personas no eligen ni seleccionan sus rasgos de personalidad, aunque la mayoría considera que han elegido o han gobernado sus trayectos de vida (Widiger, 2006). Este prometedor desvío de este relato nos alejaría del camino que estamos recorriendo por lo que no será abordado en esta oportunidad (véase por ejemplo Froufe, 2005).

Diversos autores han estudiado el impacto de la sociedad posmoderna sobre la prevalencia de los TP (véase, por ejemplo, Pérez Urdaniz y otros, 2001), llegando a la conclusión de que la posmodernidad ha producido una ruptura social, dando lugar a una sociedad menos estable que favorece el desarrollo de TP y de psicopatología en general. Muchas de las condiciones de la sociedad posmoderna han sido asociadas a características propias de una personalidad patológica. En el caso que nos interesa, cabría preguntarse, por ejemplo, cuanto de la impulsividad o del desprecio por el otro, propio de personas agresivas y violentas, es fruto del individualismo que fomenta esta sociedad. La impulsividad no contenida socialmente lleva a un aumento de conductas antisociales. Los cambios sociales conllevan cambios en la personalidad en lo que hace a su capacidad de facilitarnos la adaptación, el ajuste al medio, como sostenía Allport en su definición. Cuanto más cambiantes sean las condiciones sociales más exigida se verá la personalidad en la procura de dicha adaptación, y cualquier rigidez en la personalidad podrá derivar en rasgos desadaptativos o en un TP. Un gran número de personas con algún problema de ajuste en su personalidad, problema que puede expresarse, por ejemplo, con conductas agresivas o violentas, podrían funcionar de manera distinta, más adaptativa, en otros contextos sociales.

Millon, hace cerca de cuatro décadas, relacionó sabiamente la personalidad con la ubicación de la persona en el contexto social en la primera formulación de su teoría, el modelo de aprendizaje biosocial (Millon, 1969). Los TP constituirían maneras desadaptativas de relacionarse con los otros. Así el esquizoide quiere mantenerse apartado de los vínculos sociales, el evitativo teme al rechazo de los otros, el dependiente teme perder los vínculos con las personas significativas de su vida, el histriónico necesita llamar la atención de los demás, y cuestiones similares pueden plantearse, mutatis mutandis, respecto a los otros trastornos. Lo que este autor deja bien en claro es que hablar de personalidad implica hablar de relaciones sociales. Si bien como decía Funder (2006) no puede concebirse una situación sin una persona y ésta no puede existir sino en situación, cabría agregar que las situaciones más determinantes al momento de hablar de personalidad son aquellas que incluyen otras personas. Nuestra personalidad es como es ante la presencia de los demás y podría definirse, entonces, como nuestra manera particular de relacionarnos con los otros. La personalidad sana se caracterizaría por un afrontamiento eficaz de los conflictos interpersonales; la personalidad patológica (que es una cuestión de grado, como Millon se encargó de advertir anticipándose también en esto a su época), por el contrario, implicaría algún grado de fricción y de inflexibilidad en la conducta interpersonal.

En definitiva, desde diversos enfoques podemos advertir la importancia de lo social al momento de definir una personalidad. Ya que si bien es cierto que existe cierto componente biológico (estimado entre un 40 y un 60%), también es cierto que existe otro componente más ligado a lo social y a lo aprendido. Y es aquí donde se tornan importantes las teorías cognitivo sociales ya que nos permiten no sólo entender y explicar como se forma una personalidad sino también como se puede proceder para su cambio. Y si bien la investigación en psicología básica no se preocupa por la relevancia social de sus descubrimientos (como sucede en toda disciplina científica), también es cierto que la vertiente tecnológica de la psicología aplica esos conocimientos en diversos campos, y la psicoterapia es la aplicación de los descubrimientos de la psicología en el campo de la salud mental. La psicología actual, cognitiva social, hija de la tradición que va de Kelly a Bandura, pasando por otros tantos autores, tiene en la psicoterapia una buena herramienta que será de mayor utilidad en la medida que veamos a la personalidad como algo que se aprendió en nuestro contexto social y no sólo como la expresión de factores biológicos innatos. Como se pregunta Funder (2006), ¿debemos elegir entre los tres componentes de la tríada de la personalidad y continuar discutiendo (quizás implícitamente) a favor de uno a expensas de los otros? Si la respuesta a esta y a otras preguntas relacionadas es “no”, entonces la psicología de la personalidad habrá hecho una contribución útil a la comprensión humana.

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