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Personalidad: Modelos de rasgos

| 1/7/07
Parte II del artículo: "Personalidad, temperamento y sociedad"
Roberto Oscar Sanchez.
Lic. en Psicología, Especialista en Docencia Universitaria Psicoterapeuta Centro de Asistencia Psicológica Mar del Plata, Profesor Seminario de Orientación Trastornos de la Personalidad, Universidad Nacional de Mar del Plata Profesor Teorías de la Personalidad, Universidad Atlántida Argentina Miembro del Grupo de Investigación en Psicología Cognitiva y Educacional, UNMdP
En “Violencia, personalidad y sociedad”. G. González Ramella (comp.), Editorial Akadia, Buenos Aires, pág. 233-260, 2007.

2. Dos visiones de la personalidad.
2.1. Los modelos de los rasgos.

“Quien con un temperamento flemático es imbécil, sería loco con un temperamento sanguíneo“.
Arthur Schopenhauer

Si bien la psicología de la personalidad tiene una corta historia, tiene también (como decía Ebbinghaus respecto a la psicología) un largo pasado. De esto da cuenta una extensa serie de antecedentes dentro del pensamiento occidental que han contribuido al nacimiento de esta disciplina. A los efectos de este trabajo, nos centraremos entre dichos antecedentes en la tradición griega postulada por Empédocles de los humores y los temperamentos, heredera de la doctrina de los cuatro elementos (aire, fuego, tierra y agua) y sus respectivas características (cálido y húmedo, cálido y seco, frío y seco, y frío y húmedo). Se distinguen cuatro humores en el cuerpo: sangre (procedente del corazón), bilis amarilla (del hígado), bilis negra (del bazo y del estómago), y flema (del cerebro); el equilibrio de estos humores da lugar a un individuo saludable y la preponderancia de uno de ellos dará lugar a cuatro tipos de temperamento. Así, tempranamente en la historia, queda establecida la relación entre la personalidad y sus bases biológicas: personalidad sanguínea (optimista, sociable y animado), colérica (amargado, impulsivo e irritable), melancólica (pesimista, triste y reservado) o flemática (impasible, apático y controlado).

Esta tipología básica es consolidada por Hipócrates y alcanza al mundo romano a través de Galeno. Su influencia domina el pensamiento médico aproximadamente hasta el siglo XVII. En 1575 Juan Huarte de San Juan (patrono de la psicología en España) escribe el ”Examen de ingenios para las Ciencias” donde afirma que es la naturaleza la que determina las diferencias de ingenio o habilidad que se ven en las personas. El texto de Huarte resulta un ensayo de psicología y orientación profesional, basado en un estudio de las aptitudes personales.

M. de Iriarte (1948) en su obra “El doctor Huarte de San Juan y su Examen de Ingenios. Contribución a la historia de la psicología diferencial”, resume la doctrina de Huarte en la siguiente cadena de proposiciones:

A) La experiencia sobre individuos o sobre pueblos nos pone delante el hecho de grandes variantes, ya en la adquisición de las ciencias, ya en el ejercicio de las profesiones.
B) Tal aventamaniento o retraso no depende de la aplicación del sujeto o de las condiciones pedagógicas que la acompañen, sino de algo nativo y originario en el sujeto.
C) Pero la causa no está en el alma de cada individuo, en cuanto discriminada del cuerpo, pues todas son de igual perfección nativa.
D) Luego tales diferencias hay que atribuirlas a las diferencias de temperamentos.
Por lo tanto, es el temperamento, la base biológica, el que dará lugar a los diferentes tipos de personalidades de acuerdo a esta milenaria doctrina.

La introducción de este apartado se fundamenta en que en aquella tradición griega encontramos las raíces de un movimiento teórico que, como sostiene Funder (2001) parece casi ubicuo en la literatura actual. Dicho movimiento resulta de la confluencia de dos tradiciones psicológicas: por un lado, las teorías de los rasgos (originadas en la antigua Grecia y que postulan al rasgo como unidad fundamental de la personalidad), y por otro, los modelos factorialistas (basados en la técnica estadística del análisis factorial para aislar factores comunes, los rasgos, aplicada a la personalidad). Los rasgos se consideran como disposiciones que se expresan en patrones de comportamiento, relativamente estables y consistentes. Para las versiones más débiles los rasgos son como categorías construidas que no implican necesariamente estructuras subyacentes en las personas. Para las versiones más fuertes, los rasgos tienen existencia real de base biológica y genotípica. Este movimiento teórico encuentra en la actualidad su máxima expresión en una versión fuerte: el modelo de los cinco grandes factores de la personalidad, desarrollado por Costa y McCrae junto a un gran número de investigadores (Costa y McCrae, 1999; John y Srivastava, 1999; McCrae y Costa, 1990). Ya desde comienzos de la década del 60 existen líneas de trabajo que, a partir del análisis factorial, postulan la existencia de cinco factores de la personalidad; en 1981 surge el concepto de los “cinco grandes” de la mano de Goldberg quien pretendía señalar así el hecho de que cada uno de los factores englobaba cierto número de rasgos más específicos (John y Srivastava, 1999). Posteriormente, distintas investigaciones corroboraron la existencia de cinco factores o dimensiones como base de la personalidad. Sin embargo, fueron Costa y McCrae quienes lograron integrar las diferentes líneas en un marco teórico unificado. A partir de estos autores (Costa y McCrae 1990), los cinco grandes impactan profundamente en el campo de la psicología en general y de la personalidad en particular.

Los cinco grandes (extroversión-introversión, amabilidad-oposicionismo, responsabilidad-irresponabilidad, neuroticismo-estabilidad emocional y apertura a la experiencia-cerrado a la experiencia), continuadores de las formulaciones de Cattel y del esquema de tres factores de Eysenck, no sólo cuentan con innumerables adhesiones dentro del panorama científico del siglo XXI (si bien se han levantado algunas críticas) sino que además resultan el modelo con el cual se está pensando el sistema clasificatorio dimensional de los trastornos de la personalidad para el DSM-V (o, a estas alturas, quizá para el VI). En efecto, los avances en el modelo dimensional en el que esta embarcada la APA dan cuenta de cinco dominios bipolares principales para entender los TP (Widiger y Simonsen, 2005): extroversión–introversión, oposicionismo–amabilidad, compulsividad–impulsividad, desregulación emocional–estabilidad emocional, y apertura a la experiencia–convencionalismo (aunque sobre este último existe menos evidencia empírica). Como puede advertirse fácilmente, las coincidencias con el modelo de los cinco grandes son notables. La propuesta de la APA, basada en diferentes investigaciones, procura integrar 18 modelos dimensionales alternativos en un único modelo que incluya los aportes y ventajas de cada uno. Según los autores, el funcionamiento de la personalidad parece converger hacia esos cinco (o cuatro) dominios, y esto resulta tanto respecto a la personalidad sana cuanto a la patológica.

En el mismo sentido, Trull (2005) se preocupa por el tema de los puntos de corte, vale decir, a partir de que nivel se puede afirmar que hay suficiente patología como para ofrecer atención clínica. En otras palabras, dado que el funcionamiento de la personalidad se basa en una serie de dominios dimensionales, la pregunta sería hasta que punto los rasgos individuales están indicando una personalidad sana y desde que punto patología o trastorno. El tema resulta complejo ya que implica tanto puntuaciones altas cuanto discapacidad o disfunción. Si un individuo con rasgos extremos no tiene discapacidad o disfunción no cabe hablar de TP (ya que la desviación de la media estadística no necesariamente lleva a un trastorno). Análogamente, si un individuo no muestra rasgos extremos pero sí discapacidad tampoco cabría hablar de TP, ya que dicha discapacidad no sería atribuible a su estilo de personalidad. De cualquier manera, sostiene el autor, resulta necesario establecer los puntos de corte si se piensa en un modelo dimensional, y el método estadístico del desvío standard no parece el más adecuado para establecer patología. Más allá de estas disquisiciones, merece rescatarse el hecho de que la propuesta de la APA busca englobar personalidad normal y patológica (o sea la personalidad) en un mismo modelo, excediendo de esta manera los límites del DSM, o los límites de la psicopatología para entrar en el terreno más amplio de la psicología (de la personalidad).

Para continuar con este análisis, cabe señalarse que la propuesta de la APA tiene un fuerte anclaje en lo biológico. Livesley (2005) examina las posibles contribuciones al desarrollo de un modelo dimensional de los TP de la investigación en genética molecular y en genética de la conducta, precisando que quizá esta última pueda resultar de utilidad para construir una clasificación basada en un modelo dimensional. Según el autor, una propuesta de este tipo sería factible a partir de cierta evidencia como que los factores genéticos tienen una fuerte influencia en los TP, o que las conductas utilizadas para clasificar las diferencias individuales surgen primariamente de influencias genéticas. Por otro lado, existe evidencia de que cerca de un 50% de las diferencias individuales en los rasgos de personalidad se debe a factores genéticos (Bouchard, 1994), mientras que los efectos del entorno quedan relegados a aquellos aspectos conocidos como ambiente no compartido. Así, mientras que la herencia compartida explicaría el parecido familiar, el ambiente no compartido contribuiría a las diferencias entre los miembros de una familia (Plomin y otros, 2002). Sin embargo, Livesley (2005) parece estimar de manera distinta el 50% aproximado debido a influencias genéticas del otro 50% aproximado debido al entorno: explícitamente sostiene que “el entorno no produce nuevas estructuras de personalidad”, por lo que su efecto se reduciría meramente a moldear aquello que ya está determinado desde el nacimiento. No obstante, el autor reconoce que probablemente los criterios ambientales sean útiles al momento de investigar sobre tratamientos, mientras que los criterios genéticos lo sean para la investigación biológica.

En síntesis, puede decirse que la APA, coherentemente con nuevos desarrollos teóricos en psicología de la personalidad desde el modelo de los rasgos, está embarcada en una propuesta dimensional de los TP, que tiene diversos puntos de contacto con el modelo teórico de los “cinco grandes”. La propuesta se basa en cuatro o cinco grandes dominios de la personalidad, se enlaza en un mismo modelo teórico con la personalidad sana, dejando un tanto de lado la pretensión de ateoricidad (pretensión cuestionable tanto por su deseabilidad cuanto por su logro) que siempre tuvo el DSM, y que tiene una orientación marcadamente biologicista.

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